No consigo trazar una línea de demarcación entre historias verdaderas e historias inventadas. Por ejemplo, planifico un relato en el que yo, con cuarenta y ocho años, un invierno, en una casa de campo vacía, me quedo encerrada en la cabina de la ducha, el grifo no se cierra, el agua caliente se ha terminado. ¿Me ocurrió de verdad? No. ¿Le ocurrió a una persona que conozco? Si. ¿Esa persona tenía cuarenta y ocho años? No. Entonces ¿por qué construyo un relato en primera persona como si me hubiese ocurrido a mí? ¿Por qué digo que era invierno cuando en realidad era verano, por qué cuento que se había terminado el agua caliente cuando en realidad la había, por qué hago que el encierro de la mujer dure horas cuando en realidad la persona de carne y hueso salió del paso en cinco minutos, por qué complico la historia con muchos otros hechos, sentimientos, ansiedades, reflexiones aterradas, cuando el hecho que me contaron es simple, un pequeño incidente sin importancia? Porque- podría responder- estoy intentando escribir una novela según la línea que Gogol resumía así: Dadme un hecho cotidiano banal y con él hago una comedia en cinco actos. Pero esta respuesta me parece insatisfactoria. Para aclarar mis ideas, trato de atribuirme la intención opuesta. Pongamos que esté cansada de andar a la caza de anécdotas para hacer con ellas comedias de cinco actos. Pongamos que quiera atenerme rigurosamente a la declaración de mi amiga. Voy, pues, a hablar con ella.
Llevo mi Ipad e incluso grabo un video, deseo ceñirme al máximo a su relato. Luego regreso a mi casa, me pongo a trabajar. Leo y releo mis apuntes, miro y remiro el video. ¿Estaba mi amiga contándome las cosas como realmente habían ocurrido? ¿Por qué se hace un barullo cuando habla de la cabina averiada? ¿Por qué a las primeras frases bien concebidas le siguen unas oraciones defectuosas, una intensificación del acento dialectal? ¿Por qué mientras habla, mira con insistencia a la derecha? ¿Qué hay a la derecha que no vi en la grabación y que no vi en la realidad? ¿Y cómo me comportaré cuando pase a la escritura? ¿Trataré de suponer qué se está ocultando a la derecha, qué es lo que quizás me está ocultando? ¿Puliré su lenguaje? ¿Reproduciré su confusión? ¿Atenuaré el desorden expresivo, lo exageraré para que resulte bien visible? ¿Dudaré de su relato, plantearé hipótesis, llenaré vacíos? En una palabra, el esfuerzo de fidelidad no podrá prescindir de mi imaginación, de la adjudicación de un orden y un sentido, incluso de la mímesis de la falta de orden y sentido. A causa de su artificialidad congénita, todo uso literario de la escritura implica alguna forma de ficción. Como decía Virginia Woolf, el elemento discriminador es más bien cuánta verdad consigue captar la ficción.