En 1926, a pedido de T. S Elliot para su revista The New Criterio, Virginia Woolf publicó este pequeño, arriesgado, extraño y original ensayo que abarca más temas de los que su título sugiere. Trata no sólo de la enfermedad, sino del lenguaje, la religión, la compasión y la lectura.
La enfermedad es una de las historias principales en la vida de Virginia Woolf. Las depresiones y los intentos de suicidio pueden leerse, sin seguridad diagnóstica, como un síntoma de una depresión maníaca, que la llevaron, en los treinta años de su vida de escritora adulta, a persistentes enfermedades periódicas en las que los síntomas mentales y físicos parecían entrelazados. En sus versiones literarias de la enfermedad se superponen su relato de delirio por fiebre intensa en el personaje de Rhoda, en la novela “Las Olas”; de las alucinaciones y la euforia de la manía suicida en el personaje de Septimus, en “La señora Dalloway«.
Virginia Woolf comienza su ensayo diciendo: “Si consideramos lo común que es la enfermedad, lo tremendo que es el cambio espiritual que conlleva (…) resulta de verdad extraño que la enfermedad no haya ocupado su lugar, como el amor, las batallas y los celos, entre los principales temas de la literatura. Una habría pensado que se dedicarían novelas a la gripe; epopeyas a las tifoideas; odas a la neumonía; canciones al dolor de muelas”.
A esta edición la acompaña un texto, “Notas desde las habitaciones de los enfermos”, escrito por Julia Stephen, madre de Virginia Woolf, quien dedicó gran parte de su vida a cuidar a los parientes y, a otras personas ajenas a su familia, en los momentos más dolorosos de sus padecimientos. Julia, hija de un médico, se convirtió siendo muy joven, en la enfermera y acompañante de su madre que padecía reumatismo, en sus reiterados viajes en busca de una cura para su mal. Julia encarnaba el ideal victoriano de mujer de clase media como “El Ángel de la casa”, haciendo referencia al título que había servido a una larga serie de poemas del autor victoriano Coventry Patmore, del cual Julia poseía un ejemplar dedicado por el autor. Los versos comprendían la mezcla de abnegación y sentimiento que caracteriza a la mujer que nunca piensa en sus necesidades antes que en las de los demás. Cuidar enfermos se consideraba una cualidad natural de la auténtica mujer victoriana.
Según lo expresado por Virginia Woolf, en su artículo “Professions for Women”, dijo que, antes de ser capaz de escribir lo que quería escribir, tuvo que matar a ese fantasma de la condición femenina victoriana que le susurraba al oído, que era nada más ni nada menos que –el ángel de la casa– el cual le recordaba el deber de cuidar siempre a quien lo necesitara y de ser comprensiva con los hombres.
Virginia Woolf: “Estar enfermo”. Alba Editorial. Barcelona. 2019.
Mirta Salafia