“Su madre estaba en ese instante enrulándose el cabello frente al espejo del baño, y recordó que una cocinera le había contado acerca de su estadía en un orfanato. Al no tener muñecas con qué jugar, y con la maternidad ya latiendo fuerte en el corazón de las huérfanas, las niñas más astutas habían escondido a la monja la muerte de una de sus compañeras. Guardaron el cadáver en un armario hasta que la monja salió, y jugaron entonces con la niña muerta, la bañaron y le dieron de comer, la castigaron sólo para después poder besarla, consolarla. La madre se acordó de eso en el baño y bajó las manos entrelazadas, llenas de horquillas. Y consideró la cruel necesidad de amar. Consideró la malignidad de nuestro deseo de ser felices. Consideró la ferocidad con que queremos jugar. Y la cantidad de veces que mataríamos por amor. Entonces miró a su hijo como si mirarse a un extraño peligroso. Y sintió horror de su propia alma que, más que un cuerpo, había engendrado a aquel ser apto para la vida y la felicidad.”

La mujer más pequeña del mundo del libro “Lazos de familia”.

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“Dar la mano a alguien siempre fue lo que esperé de la alegría. Muchas veces, antes de adormecerme- en esa pequeña lucha por no perder la conciencia y entrar en ese mundo más amplio-, muchas veces, antes de tener el valor de ir hacia la grandeza del sueño, finjo que alguien está dándome la mano y entonces vuelo, vuelo hacia la enorme ausencia de forma que es el dormir. Y cuando aún así no tengo valor, entonces sueño”

Del libro “La pasión según G.H”

“Sería un té- domingo, Rua do Lavradio- que ofrecería a todas las criadas que tuve en la vida. Las que olvidé señalarían su ausencia con una silla vacía, así como están dentro de mí. Las otras, las sentadas, con las manos cruzadas sobre el regazo. Mudas, hasta el momento en que cada una abriese la boca, y rediviva, muerta-viva, recitase lo que recuerdo. Casi un té de señoras, sólo que en ese no se hablaría de criadas”

El Té del libro “Para no olvidar”

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“Ante cierto modo de mirar, cierta manera de estrechar la mano, nosotros nos reconocemos y a eso lo llamamos amor. Y entonces ya no es necesario el disfraz: aunque no se hable, tampoco se miente; aunque no se diga la verdad, tampoco es necesario seguir disimulando. Amor es cuando nos es concedido participar un poco más. Pocos quieren el amor, porque el amor es la gran desilusión de todo lo demás. Y pocos soportan perder todas las otras ilusiones. Están los que se ofrecen como voluntarios del amor, pensando que el amor enriquecerá su vida personal. Es lo contrario: es amor es finalmente, la pobreza. Amor es no tener. Incluso, amor es la desilusión de lo que se creía que era amor”

El huevo y la Gallina del libro “Felicidad Clandestina”

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