Algo sagrado, eso es todo. Una palabra que se debería poder decir, pero la gente la tomaría al revés, en un sentido que no tiene. Se debería poder decir que tal pintura es como es, con su capacidad de conmovernos, porque es como si hubiera sido tocada por Dios…, es lo que más se acerca a la verdad”. Pablo Picasso, citado por Norman Mailer en Picasso. Retrato del artista joven.

 

Tengo un proyecto testarudo. La creación de mi Tierra Plana, un mundo acotado de indicios. Obstinadamente trato de poner todo lo que puedo en ella. Algo de los tres aspectos del alma, por ejemplo. Y pienso tercamente: ¿cuántas dimensiones tiene el alma? En 1955, con cinco años, descubrí lo que luego sería una vocación: la facilidad, la felicidad, la dedicación en la pintura y el dibujo. Un año después descubrí la lectura, y el dibujo, la pintura y la literatura se sumaron. Luego el cine, el teatro, siempre sumándose, siendo lo mismo, la misma necesidad, dedicación, felicidad. A los veinte años tuve mi primer hijo, Uruguay se deslizaba hacia la que en pocos años fuera la era trágica de la dictadura militar. Tuve mis cuatro hijos y estudié Arquitectura bajo permanente temor y vecindad del horror. Pasaron otras cosas, buenas y malas. Los hijos iluminaron esos años. Trabajé en actividades diversas, vinculadas a la arquitectura algunas. Retomé la pintura y tuve maestros, formales, informales o inmateriales, Pepe Montes, Hugo Longa, Nancy Spero, Max Beckmann. Busqué, encontré, dejé de lado, volví a buscar. Trabajé en una galería, conocí artistas que serían luego mis amigos, mis compañeros de taller, o guías en el camino. En mi búsqueda viajé, estuve en Roma y lloré, me impregnó Japón, en París tuve una regresión espontánea; otras tierras quedaron mudas. Llevo años cambiando Montevideo por Barcelona y Barcelona por Montevideo, atravesando océanos y mares, trabajando en estudios que son barcos y espacios que se llamaron infames; llevando mis obras de acá para allá por el mundo y recibiendo la mirada de los otros. Reconociéndome en la alteridad. Cuando doy clases de pintura, busco al otro y me intercambio, enseño y aprendo. A los cinco años descubrí la pintura y su poder de transformar mi consciencia. Desde entonces somos inseparables, indistinguibles.