E

l arte holandés del siglo XVII- y de hecho de toda la tradición nórdica a que pertenece- se entienden mejor como un arte de la descripción y, en cuanto tal, distinto del arte narrativo de Italia. Esta distinción no es absoluta. Descriptivo es en efecto, el adjetivo que puede caracterizar muchas de las obras a que solemos referirnos vagamente como realistas, a la manera de representación de los fotógrafos.

Las pinturas holandesas son ricas y variadas en la observación de la realidad, deslumbrantes en su ostentación de maestría, domésticas y domesticadoras en sus asuntos. Los retratos, los bodegones, paisajes y la presentación de la vida cotidiana representan placeres escogidos en un mundo lleno de placeres: los placeres de los vínculos familiares, los placeres de la posesión, el placer de las ciudades, de las iglesias, de la tierra. El arte holandés es una fiesta para los ojos, y, como tal, parece exigir menos de nosotros que el arte de Italia.

Los holandeses presentan su pintura como descripción de la realidad visible, más que como imitaciones de acciones humanas significativas. Unas tradiciones pictóricas y artesanales ya establecidas, ampliamente apoyadas por una nueva ciencia experimental y una nueva tecnología, confirmaron el papel de las imágenes como el vehículo para un nuevo y seguro conocimiento del mundo. Ciertas características de sus imágenes parecen de pender de esto: la frecuente ausencia de un punto de vista fijo; el juego con grandes contrastes de escala; la falta de un marco previo, como si el marco fuera un retoque final y no un recurso previo de la composición; un poderosísimo sentido del cuadro como superficie; una insistencia en el artificio de la representación.

En Holanda, la cultura visual era fundamental en la vida de la sociedad. Podríamos decir que la vista fue un medio primordial de autorepresentación y la cultura visual una forma primordial de autoconciencia. Si el teatro fue la arena en que Inglaterra isabelina se representó más completamente a sí misma, en Holanda fueron las imágenes las que cumplieron ese papel. En Holanda, si miramos más allá de lo que normalmente se consideran obras artísticas, encontraremos que las imágenes proliferan por doquier. Están impresas en los libros, tejidas en los tapices y en los manteles, pintadas en los azulejos y, naturalmente, enmarcadas en las paredes. Y se representa todo: desde los insectos y las flores hasta los nativos de Brasil en tamaño natural o los enseres domésticos de los habitantes de Amsterdam. Los mapas impresos en Holanda describen el mundo y Europa para ella misma. El atlas es una forma decisiva de conocimiento histórico a través de la imagen cuya extensa difusión en la época se debe a los holandeses.

Para dejar mejor situada y fundamentada esta visión del arte holandés, citaré como conclusión, a los dos artistas más grandes de esa época: Veermer que tan profundamente encarnó el arte holandés de la descripción y Rembrandt que se debatió con él.

Alpers, Svletana. “El Arte de describir. El arte holandés en el siglo XVII”. Ed. Hermann Blume. Madrid. 1987