*El Rompecabezas
Abrir la caja, todo un esfuerzo. Eran setenta y cuatro cubos de madera. En cada una de las caras se escondía un trozo de cuento impreso en papel y pintado con toda la deslucida paleta de la infancia de esos tiempos. Sin otra referencia para armar, la aventura comenzaba por reconocer dando vueltas y vueltas entre las manos, una imagen, un indicio que llevara a creer que allí se escondía una escena recordada o imaginada de la historia de Blancanieves, de Caperucita, del Gato con Botas, del Sastrerillo Valiente, de Pinocho, de Hansel y Gretel. Cada pieza se apoyaba en un cuadrado de madera terciada preparada para desplazar el sinsentido provisorio, cada vez que la mesa del comedor o de la cocina debía quedar liberada de juegos y juguetes. Un desafío a solas. Era interesante ver cómo mientras la cabeza se rompía y el éxito se demoraba aparecía sin querer, una mano pegada al árbol, una mosca en la cara de la bruja, el hocico del lobo en un pedacito de cielo, los zapatos de dos enanos colgados de la punta de una nariz, una miga, un hilo y una aguja en el vestido de tul. Tantas posibilidades entre las manos como cuentos para contar, sin que las cabezas se rompan de tanto disfrutar.
*Saltar la soga
Era un juego de niñas. Quizás, una señal, una metáfora, un augurio. La soga larga, pesada, sujeta por manos pequeñas, esperaba impaciente la entrada de una tras otra. En cada vuelta un pie o dos la pisaban, el juego se detenía para volver a empezar. Había que lograr que la soga alcanzara una redondez suficiente, aprender a escuchar el ritmo marcado por el tiempo transcurrido entre el vuelo hacia el cielo y el encuentro sonoro con la tierra para calcular el instante preciso de quedar flotando en el aire.
Saltar la soga, un juego donde las niñas parecían resistir sin pudor la quietud, medir sus fuerzas y desplegar sin prejuicios la seducción de sus cuerpos.
El Veo, Veo
Entre dos, tres y más la simpleza del veo veo marca el transcurso del tiempo de ese día y del retroceso inevitable de la niñez. Veo veo, qué ves, una cosa, qué cosa, maravillosa, de qué color… Así, al infinito. A la luz del día o en las tinieblas de las sábanas, el veo veo es bien recibido. Quién lo inventó sabía de la necesidad temprana del alma.
La Rayuela
Tizas blancas y de colores. Cuadrados rectangulares con números desopilantes. Un cielo con ondas para oponer tanta geometría. Una piedra, una amiga y la tarde es una fiesta.
El Tutti Frutti
De frutas, cosas, nombres propios, colores, países, animales, están llenas las hojas del anotador. En silencio uno por vez, se repite como un mantra el orden alfabético de las letras. Otro dice, basta. Con esa letra, todos a escribir. El que primero termina casi siempre gana. La escuela le agradece al tutti frutti, los buenos alumnos que le dio.
- Algunos Juegos fue escrito para un taller de escritura creativa, hace varios años. Hace poco tiempo, descubrí un libro editado en el año 1988, de Sandra Petrignani, Catálogo de Juguetes. No dejen de leerlo.
Mirta Salafia