“Los cielos tienen identidad y mi memoria tiene cielos”

M.S.

     Pisar con cada pie, una y otra vez, es un placer indescriptible. Ir y venir por los espacios, donde algún rastro de la historia permanece es un privilegio. Pisar con cada pie, una y otra vez, es ser una incansable caminante, es descubrirse siendo equilibrista de imprevistos repertorios sensitivos en un gesto inconsciente y peregrino.

     Desde el cielo, soy espectadora deslumbrada de los mapas que en otros tiempos recorría en los atlas con la punta de mis dedos, o calcándolos con la ayuda de un plumín bañado en tinta china. Desde el cielo tengo certeza de la existencia de la tierra. Desde el cielo, percibo el aire como un movimiento constante de capas más o menos húmedas que se desplazan a distinta distancia y velocidad, una infinita piel sin arrugas, una contingencia eterna.

     Desde el cielo, juego adivinando la silueta de cabos, bahías, desembocaduras, puertos, playas, cultivos, caminos, ciudades que tienen un pasado que se cuenta de modos diversos, con testimonios y poesía, con palabras ilegibles, con memoria que circula de boca en boca.

     Desde el cielo, intuyo que todo aquello que yace debajo suyo le pertenece, hasta intento creer como un secreto a voces que este cielo es el de Julio César cruzando con su ejército el Rubicón y el de Leonardo pasando por Fiesole para llegar a Florencia.

     Pisar con cada pie, una y otra vez, es un placer indescriptible. Saber detenerse, en el momento y en el justo lugar, es otro privilegio. Mirar para decidir la toma es tan conmovedor como fotografiar los mismos cielos de Italia que entibiaron la cesta donde fueron abandonados Rómulo y Remo, en aquellos días de marzo, sobre las aguas del Tíber. 

Mirta Salafia