En el siglo XV, los turcos otomanos, luego de sangrientas batallas, se apropian de Constantinopla, y así se da por terminado el Imperio Romano de Oriente, o más bien aquello que comenzó siendo Roma luego de casi dos mil doscientos años de existencia. El mundo occidental, a través de los romanos, se trasladó por siglos a Oriente y estableció el orbis mundi, entrelazando su cultura con la helenística y enhebrando nuevos saberes, sabores, ritos y mujeres. ¿Estará aún, Teodora paseando su belleza, inteligencia y poder por las cortes de Justiniano? ¿Será ella un referente para las mujeres de hoy? Imagino casi con certeza que las amantes de Roma y Grecia seguimos sus pasos, entonces cruzamos varios mares hasta encontrarnos con esta mujer que nos inspira, nos libera y en su secreta compañía llegamos hasta la Basílica de Santa Sofía, atravesamos las ruinas de las antiguas ciudades griegas del Asia Menor, pisamos la posible Troya de Homero o trepamos hasta las antiguas residencias de los cristianos.
En la capital de Turquía solo se conservan las antiguas murallas bizantinas, y poco y nada de la inspiración de Teodora. Las mujeres turcas, en su gran mayoría, son musulmanas, una condición que integra y excede la perspectiva religiosa.
Caminar por las calles de Estambul, a cualquier hora, es una invitación a todas luces. El tren que divide la ciudad, une a dos continentes. En cada estación, es necesario hacer un alto. A medida que nuestro asombro se regocija con cada recorrido, es preciso reconocer que nuestro paso es demasiado largo e irreverente. Es muy probable que, al bajar o al subir del vagón, pisemos al pasar los bordes de los vestidos de las mujeres, que según las normas estrictas del Corán, no deben ser estrechos, ni transparentes, ni imitar alguna moda, ni llevar colores llamativos. Sus cuerpos invisibles de formas se visten con largas polleras y sobre ellas camisas amplias que terminan de acompañar con la hiyab, una mantilla que les cubre toda la cabeza y el cuello junto con una especie de tapado gris abotonado por delante. Es para todas, no importa su edad. A otras mujeres, las vemos cubiertas de pies a cabeza con el niqab que oculta el rostro dejando al descubierto los ojos, por cierto son provenientes de Arabia Saudí. El cuerpo y el deseo se ocultan tras las diversas capas de telas y los pensamientos son atravesados, cinco veces al día, por el llamado a la oración o el adhan que convoca al salat, al rezo. Los cientos de altoparlantes suenan desde lo alto de los minaretes. Los viernes son días sagrados. Todos hacen un descanso para asistir a la mezquita en el punto del cenit. Las mujeres rezan entre ellas, los varones entre sí.
Es casi imposible, ver a las mujeres tomando un café en el bar o fumando narguile. Ellas pueden asistir a un cliente por los bordes del local, con una rica taza de çay o té turco justo en el momento que un varón y tan solo un varón, comienza la negociación para cerrar el precio de una mercancía, sobre todo si se trata de una alfombra o de un kilim. En el Gran Bazar como en el Bazar de las Especias, pocas son las mujeres y si están es para comprar, nunca para vender. Si caminan solas por la calle, casi siempre van acompañadas por otra mujer o sosteniendo de sus manos a varios niños. Si son acompañadas por un varón, lo hacen ligeramente por detrás.
Es común ver a las mujeres, en el interior de Turquía, alejadas de Ankara o de Estambul, trabajando la tierra o tejiendo la seda en grandes telares. Las manos de las mujeres siguen aportando sus saberes para el cultivo de los granos, la fabricación de abrigos y la gran industria de los tapices. Es muy difícil que una mujer decida no formar una familia o pueda completar todos los niveles de escolaridad. En caso que decida divorciarse y vivir sola, será dificultoso encontrar una vivienda a su escala, dado que todas las viviendas están construidas para familias con muchos integrantes. Si logra mudarse sola, esperará mucho tiempo, hasta tanto los vecinos la respeten. La violencia de género es un problema tan soterrado como vigente; el desprecio por las mujeres que no llegan vírgenes al matrimonio es parte de la preocupación constante de las mujeres, más allá de su condición social.
Están las otras mujeres turcas, las mujeres casi europeas que estudian, se visten a la moda y llevan su cabeza descubierta. Estas mujeres ocupan puestos en las universidades, también mayormente son profesionales de la salud y del derecho. Sobre las cabezas de estas mujeres se libra silenciosamente la lucha entre laicos y religiosos. Sobre las cabezas de estas mujeres, vamos intentando imaginar la propuesta libertaria para las demás. Un tema que nos des-vela en todas partes, dado que todas las mujeres del mundo, los veamos o no, llevamos nuestros velos.
Teodora, y tu velo ¿dónde está?
Mirta Salafia