Leonilda González (Minuano, Colonia, 2 de febrero de 1923 – Montevideo, 4 de enero de 2017), fue una pintora, dibujante y grabadora uruguaya, fundadora del Club de Grabado de Montevideo. En 1943 ingresó a la Escuela Nacional de Bellas Artes, donde se formó con Miguel Ángel Pareja, Ricardo Aguerre y José María Pagani. En 1949 fue enviada en misión oficial para continuar su formación en París con Andre Lothe y Fernand Leger. Estuvo casada durante seis años con Carlos Fossatti, artista y miembro del Club del Grabado. Durante su carrera obtuvo diversos reconocimientos y distinciones entre los cuales: Premio Adquisición del Salón Municipal de Montevideo; Premio “El Mundo” del primer certamen latinoamericano de xilografía de la Galería Plástica de Buenos Aires; Primer Premio de Xilografía otorgado por Casa de las Américas en La Habana; Premio de “El Galpón” (teatro) por su xilografía “Novias Revolucionarias III”. En 2006 se le otorgó el Premio Figari como reconocimiento integral a su trayectoria.
En el Museo Nacional de Artes Visuales de la República Oriental del Uruguay con la curaduría de María Eugenia Grau y Fernando Loustaunau, se está realizando una muestra en conmemoración del nacimiento de la artista titulada “Leonilda González en su centenario: La Pertinaz Alternancia”.
Entre las obras expuestas, las cuales son parte del acervo del Museo, he decidido compartir aquellas referidas a la serie de xilografías llamada “Novias Revolucionarias”. La misma se inicia en el año 1968 como un manifiesto de protesta irónica contra el matrimonio concebido como una pérdida de libertad y, se convertirá en la época de la dictadura en símbolo de protesta. Las mujeres solas y la estética del grabado asociada a períodos dolorosos de la cultura y del país, aludían a madres y novias con hijos y/o maridos presos, exiliados o desaparecidos que convirtieron estos grabados en un símbolo de la resistencia.
Recorriendo y fotografiando la muestra fui construyendo la historia del amor romántico y comprendiendo a la mujer, desde muy niña, en una situación paradojal, entre el deseo de construir un nombre propio y el mandato social del matrimonio, que le ha impuesto entre otras cuestiones, adquirir para ella y sus descendientes, un nombre ajeno. Recordaba aquellos dichos acerca de “tener pajaritos en la cabeza” como una incapacidad de pensar con sensatez y no entender la misión central que otorga identidad y respeto social a su condición femenina: ser esposa y madre. Tal vez, sea la jaula y los pajaritos una alegoría al encierro de la mujer casada, a su subjetividad atrapada por protección y comida. Sin embargo, estas novias revolucionarias pueden dar cuenta de sus miradas desconfiadas, en el entresijo del velo y el tocado; en la sentida contradicción respecto de que estos símbolos representan el inicio de una vida feliz. Llevan siempre un velo como la nube – núbile (de allí la connotación de novia, de nueva vida) y el tocado o corona de una reina, quizás sin demasiadas buenas experiencias por descubrir y, posiblemente, sin reino. Mucho más doloroso y explícito es llevar en sus hombros el ataúd del matrimonio, como tan valiente es el tomar la palabra y convertirla en grito por la verdad y la justicia.
La decisión de presentar estas obras de Leonilda González, descubiertas por casualidad, es una buena idea para difundirlas y, entender que forman parte de la invalorable lucha de las Mujeres que en nuestros países, han podido adquirir legalmente, derechos legítimos: el divorcio, la patria potestad compartida, la división igualitaria de bienes, la libertad de elegir su género y llevar adelante su deseo de ser o no ser madres.
Mirta Salafia