La autora Siri Hustvedt vive en Brookling, en la ciudad de Nueva York. Ha sido muchos años la pareja y compañera de Paul Auster, escritor y guionista fallecido el año ppdo. Ella ha escrito sobre ficción, ensayos y neurociencia. En este libro nos ofrece su saber sobre el arte, especialmente acerca de la pintura. Es un texto que recorre experiencias personales con ciertos artistas y ciertas obras de esos artistas, a lo largo de varios años. Es interesante como inicia su definición de la pintura cuando expresa que “un cuadro se muestra todo de una vez”, cuestión que no le sucede cuando lee, escucha música o ve una película, dado que todas estas manifestaciones artísticas se suceden en una secuencia de tiempo. Describe con claridad que la historia de la pintura es en general, la historia de un objeto tan plano como el tablero de una mesa tanto es así, que no se puede caminar a través de un lienzo.

A Siri Hustvedt nunca le enamoraron los cuadros que pudo abarcar por entero, el atractivo de un cuadro radica en su misterio. En su libro “Los misterios del rectángulo” propone una serie de reflexiones a partir de obras como La Tempestad de Giorgione, Mujer con collar de perlas, de Vermeer o la serie de Los Caprichos de Goya. Todas ellas como los bodegones de Giorgio Morandi y Chardin, o los óleos de Mitchell y Gerard Ritcher, constituyen el punto de partida para que la autora nos brinde unos ensayos sugerentes e incisivos, alejados de la fría teorización, plenos de sensibilidad, y donde siempre late el deseo de conectar con la vibración más alta y más profunda de cada artista.

“Acababa de llegar a la Galería Peggy Guggenheim de Venecia. Mi hija de once años, Sophie, que me acompañaba, se había sentado en el suelo de la primera sala con su cuaderno de bocetos y un lápiz. Habíamos ido a ver la exposición de las últimas obras de Giorgio Morandi, de 1950 a 1964, año en que murió el artista, y Sophie sabía que iba para largo. No había mucha gente en la Galería, pero tampoco estaba vacía, y mientras recorría esa primera sala, tratando de asimilar lo que veía, oí un diálogo entre una pareja norteamericana. El marido que aparentemente había entrado a la sala por la otra puerta y había empezado por el último cuadro, miró alrededor desconcertado y gritó a su mujer, ¡Más botellas!   Desde el otro extremo de la sala, con tono acusador, ella le respondió- Te lo dije: ¡Son todas iguales!” (pág.187)