“Básicamente, la vida es un infierno por todas partes, excepto los momentos ante un lienzo”
MATTHEW WONG.
Matthew Wong, artista chino – canadiense, en un momento importante de su trayectoria, respaldada su pintura por la crítica, los coleccionistas y los precios elevados de sus obras, puso fin a su vida a los treinta y cinco años. Fue un artista autodidacta, centrado especialmente en paisajes vibrantes pintados en óleo, tinta, acuarela y gouache.
Dadas sus evidentes conexiones con Van Gogh, que el mismo Wong señaló (Me veo reflejado en él. La imposibilidad de pertenecer a este mundo), era casi inevitable que se los colocara en relación a través de una exhibición.
Albertina Museum de Viena ha decidido reunirlos en la muestra organizada junto a la Fundación Matthew Wong, el Van Gogh Museum de Ámsterdam y Kunsthaus Zúrich y que desde su mismo título recuerda lo que los une: la pasión como motor de su obra, su necesidad interna de creación, su consideración del acto de pintar como vía de escape para la expresión personal.
Más allá de su distancia formal y de las inquietudes plásticas que motivaron sus respectivos trabajos que pueden observarse en la exposición que intercala algunas obras de Vincent Van Gogh, entre una gran cantidad de Matthew Wong, es preciso señalar afinidades entre los dos autores de vida breve: su sensibilidad profunda, una actitud sincera hacia lo que la creación implica, y algunos temas y motivos compartidos, como la elección por el paisaje y por las relaciones entre los espacios interiores y exteriores. En lo técnico, ambos se valieron de pinceladas gruesas que desplazaron en movimientos entrecruzados, cortas y generadoras de texturas: destacan sus piezas por su calidad matérica.
Las pinturas y los dibujos de Matthew Wong se distinguen por un notable sentido del color y del estilo. En sus paisajes imaginarios, conmueve a los espectadores con una franqueza emocional. Wong quería asegurarse un lugar en el “gran diálogo entre artistas a lo largo de los tiempos”. Al hacerlo, nombró a Van Gogh como una de las fuentes de inspiración más importantes. Sin embargo, estaba interesado en un espectro más amplio del arte, histórico y contemporáneo. La exploración de la obra de artistas como Paul Klee, Gustav Klimt, Henri Matisse, Edvard Munch y Egon Schiele tuvo tanta influencia en su desarrollo como la pintura contemporánea. La cercanía con artistas como Peter Doig, Scott Kahn, Alex Katz, Yayoi Kusama, Joan Mitchell y Jonas Wood es evidente. Sin embargo, no sólo la historia del arte europeo – estadounidense, sino también la historia del arte chino ya que creció entre Hong Kong y Canadá y admiró la obra de Shitao y las técnicas tradicionales asiáticas como la tinta sobre papel de arroz. Además estaba interesado por la música, la moda, la literatura, la poesía y el cine. Llevó una vida solitaria, pero interactuó con varias personas de la escena artística y cultural en un estrecho intercambio en las redes sociales, que él veía como una forma de amistad por correspondencia digital.
Wong padecía depresión, autismo y síndrome de Tourette; es sabido que Vincent Van Gogh luchó con episodios de enfermedades mentales graves a lo largo de su vida: para los dos la pintura fue un cobijo y su melancolía se manifestó en naturalezas de tonos oscuros, a veces contrarrestados por otros vivos, conforme a una paleta dinámica. El primero anhelaba que su éxito profesional creciente influyera positivamente en su salud, pero en los últimos años de su vida percibió que esa esperanza era vana: vivió dos años menos que los treinta y siete que alcanzó Van Gogh.
Tras residir un tiempo en urbes de ritmo agitado, como Hong Kong, Los Ángeles y Nueva York, el joven Wong encontró un retiro en Edmonton, Canadá, en 2016, donde pudo trabajar en paz. Alejarse de estos grandes centros le permitió dedicarse a su obra sin las distracciones ni las obligaciones de navegar en el mundo intenso y marcado por el mercado del arte: su personal conflicto entre el deseo de pertenecer a él y la incapacidad de hacerlo influyó en muchas de sus creaciones.
A diferencia de los de Van Gogh, los paisajes de Wong son imaginarios, ejecutados en la soledad de su estudio; utilizaba el término portugués saudade para designar su anhelo nostálgico hacia lugares, personas o cosas que ya no existen, o que aún no han llegado. Al igual que el paraíso, el idílico paisaje natural es en su producción un lugar lejano y deseado o una utopía que no tiene cabida en la realidad. Y tanto para Wong como con probabilidad para Van Gogh, el arte era un reducto del cual se podía extraer fuerza y sentido para continuar en el mundo.
Mirta Salafia