“No deseamos que nos comprendan en lo racional, en lo comprensible sino en lo oscuro de nosotros mismos. Y es preciso también comprender del mismo modo”. Con esta cita de Griselda Gambaro podríamos resumir el espíritu de El corazón del daño.
El último libro de la escritora y poeta María Negroni es un largo monólogo interior, una Carta a la madre que es tanto poema autobiográfico, conjuro para exorcizar el mal y movimiento de reconciliación con el inagotable fondo materno.
“Museo negro fue un plan de autodefensa”, dice la autora de Islandia, Cartas Extraordinarias y Archivo Dickinson, entre otros; El corazón del daño, por el contrario, es un alegato, es el retrato doloroso de una madre saturnina, es el viaje a la infancia a través de una narrativa que recupera las emociones que produce la lengua materna; por momentos una oración agramatical irrumpe como un fantasma, con toda su certeza.
La adolescencia, peligrosa en su desamparo, es el período en que la autora empieza a esconderse en los libros y más tarde la juventud como catástrofe, los estudios universitarios, la militancia, el portazo. Sus años en Nueva York que resume en Ciudad Gótica (un ensayo sobre arte y poesía); la distancia, las cartas y el autoexilio.
“¿Es propio de la literatura pulverizar el mundo?”, “¿y si la locura de escribir nos viene de no aliarnos con las madres?”, ¿mueren las madres? Como lectores tendremos que sumergirnos en mares profundos para acertar una respuesta o perdernos junto al ejército de voces que la poeta convoca.
La autora construye un “artefacto literario” que consigue, como en La reina de las nieves, llevarse el fragmento de espejo incrustado, aquel que deforma la apariencia de todo lo que refleja y congela los corazones.
“Veo que los barcos se acercan y que aún no he decidido: a) si quiero que los barcos se hundan, y con ellos los hombres y todo lo demás; b) si yo misma he de apurar las armas y subir a los barcos; c) si he de ignorar a los barcos y quedarme al lado de Mamá para siempre, pero eso se parece demasiado a la muerte”. María Negroni.

Gretel Bohoslavsky